Por: Jorge Dimitrov
Camaradas: Nuestros acuerdos, incluso los más justos, quedarán sobre el papel, si no tenemos hombres capaces de llevarlos a la práctica. Y aquí, no tengo más remedio que decir, desgraciadamente, que uno de los problemas más importantes, el problema de los cuadros, ha pasado casi desapercibido en nuestro Congreso.
En torno al informe del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, discutido por espacio de siete días, hablaron numerosos oradores de diversos países y sólo alguno que otro se detuvo de pasada sobre este problema extraordinariamente esencial para los Partidos Comunistas y el movimiento obrero. En su actuación práctica, nuestros Partidos están aún muy lejos de tener conciencia de que los hombres, los cuadros, lo deciden todo.
La actitud despectiva ante el problema de los cuadros es tanto más inadmisible, cuanto que constantemente perdemos en la lucha una parte de nuestros cuadros más valiosos. Pues, nosotros no somos una sociedad científica, sino un movimiento combativo, que está constantemente en la línea de fuego. Nuestros elementos más enérgicos, más audaces y conscientes luchan en primera fila. El enemigo se ceba especialmente en ellos, en la vanguardia, los asesina, los arroja a las cárceles y campos de concentración, los somete a torturas horribles, especialmente en los países fascistas. Esto agudiza, de un modo particular, la necesidad de completar, de formar y de educar constantemente nuevos cuadros.
El problema de los cuadros adquiere también una agudeza especial por otra razón: porque bajo nuestra influencia se despliega el movimiento de masas del frente único, del que se destacan muchos miles de nuevos activistas proletarios. Además, a las filas de nuestros Partidos, afluyen no sólo elementos revolucionarios jóvenes, obreros que se van revolucionarizando y que jamás han tomado parte hasta ahora en el movimiento político. También vienen a nosotros, muy a menudo, antiguos miembros y activistas de los partidos socialdemócratas. Estos nuevos cuadros exigen una atención especial, sobre todo en los Partidos ilegales, tanto más, cuanto que estos cuadros, poco preparados teóricamente, se enfrentan en su labor práctica con los problemas políticos más serios y que ellos mismos tienen que resolver.
El problema de una política justa de cuadros es la cuestión más actual para nuestros partidos, para la Juventud Comunista y para todas las organizaciones de masas, para todo el movimiento obrero revolucionario.
¿En qué estriba una política justa de cuadros'?
En primer lugar, es necesario conocer a los hombres. En nuestros Partidos, como regla general, no hay un estudio sistemático de los cuadros. Sólo en los últimos tiempos, los Partidos Comunistas de Francia y Polonia y, en el Oriente, el Partido Comunista de China, consiguieron determinados éxitos en este terreno. El Partido Comunista de Alemania emprendió también, en su tiempo, antes de pasar a la ilegalidad, la labor de estudiar a sus cuadros. Y la experiencia de estos Partidos mostró que, apenas empezaron a estudiar a los hombres, descubrieron militantes que antes habían pasado desapercibidos y, por otro lado, los Partidos comenzaron a depurarse de elementos extraños y nocivos, política e ideológicamente. Basta señalar el ejemplo de Celor y Barbé, en Francia, que, al ser examinados por el microscopio bolchevique, resultaron ser agentes del enemigo y fueron arrojados de las filas del Partido. En Hungría, la revisión de los cuadros facilitó el descubrimiento de núcleos de agentes provocadores del enemigo, cuidadosamente enmascarados.
En segundo lugar, es necesario promover acertadamente los cuadros. La promoción de cuadros no debe ser un asunto casual, sino una de las funciones normales de los Partidos. Es un mal sistema que las promociones se efectúen, inspirándose exclusivamente en razones muy internas de partido, sin tener en cuenta si el camarada designado para un cargo tiene relaciones con las masas. Las promociones deberán efectuarse sobre la base de tener en cuenta la aptitud del militante para cumplir una u otra función del Partido y la popularidad entre las masas de los cuadros elegidos. En nuestros partidos tenemos ejemplos de promociones que han dado resultados excelentes. En la presidencia de nuestro Congreso, por ejemplo, se halla la comunista española, la camarada Dolores. Hace dos años, trabajaba todavía en la base. En los primeros choques con el enemigo de clase, se reveló como una excelente agitadora y luchadora. Promovida luego a la dirección del Partido, se ha mostrado como un miembro muy digno de ella. (Aplausos).
Podría señalar, también, una serie de casos análogos tomados de otros países. Pero, en la mayor parte de ellos, la promoción de cuadros se efectúa sin organización, al azar, y por tanto no siempre con acierto. A veces, se eleva a la dirección a razonadores hueros, a fraseólogos, a charlatanes que dañan directamente nuestra causa.
En tercer lugar, es necesario saber aprovechar los cuadros. Hay que saber descubrir y utilizar las valiosas cualidades de cada activista. Hombres ideales no existen: hay que tomarlos como son, corrigiendo sus lados flojos y sus defectos. Conocemos en nuestros Partidos ejemplos escandalosos de mala utilización de comunistas buenos y honrados, que darían gran provecho, si se les asignase un trabajo más en consonancia con ellos.
En cuarto lugar, es necesario distribuir acertadamente los cuadros. Ante todo, hay que hacer que en los eslabones fundamentales del movimiento se hallen hombres enérgicos, en contacto con las masas, salidos de sus entrañas, hombres firmes y con iniciativas; que en los grandes centros haya una cantidad adecuada de militantes de este tipo. En los países capitalistas, el trasiego de cuadros de un lugar a otro no es cosa fácil. Este problema tropieza con toda una serie de obstáculos y dificultades, entre otros, con problemas de orden material, familiar, etc.; dificultades que hay que tener en cuenta y resolver de un modo adecuado, cosa que no siempre, ni mucho menos, hacemos.
En quinto lugar, es necesario prestar una ayuda sistemática a los cuadros, la que debe consistir en instrucciones detalladas, control con espíritu de camaradería, y corrección de sus defectos y errores, en la labor de dirección concreta y cotidiana.
En sexto lugar, es necesario velar por la conservación de los cuadros. Hay que saber replegar a tiempo los cuadros a la retaguardia, reemplazándolos por otros nuevos, si así lo reclaman las circunstancias. Debernos exigir, sobre todo a los partidos ilegales, la más estricta responsabilidad por parte de la dirección en cuanto a la conservación de los cuadros. (Aplausos).
La acertada preservación de los cuadros presupone, también, la más seria organización de la labor conspirativa dentro del Partido, En algunos de nuestros Partidos, muchos camaradas creen que los Partidos están ya preparados para pasar a la clandestinidad por el hecho de haber sido reconstruidos, meramente, de un modo esquemático y formal. Tuvimos que pagar muy caro el error de que la verdadera reconstrucción no comenzase sino hasta después de pasar a la ilegalidad, bajo la acción directa de los duros golpes del enemigo. Recordemos lo que le costó al Partido Comunista de Alemania el paso a la clandestinidad. Esta experiencia debe servir de lección seria a aquellos Partidos nuestros, que hoy son todavía legales, pero que mañana pueden pasar a la clandestinidad.
Sólo una justa política de cuadros dará a nuestros partidos la posibilidad de desplegar y utilizar hasta el máximo las fuerzas de los cuadros existentes y sacar del inagotable manantial del movimiento de masas nuevos y mejores elementos.
¿Qué criterios fundamentales deben guiarnos en la selección de los cuadros?
Primero: la más profunda fidelidad a la causa obrera y al Partido, probada en la lucha, en las cárceles, ante los tribunales, frente al enemigo de clase.
Segundo: la más íntima vinculación con las masas: vivir para los intereses de las masas, tomar el pulso a la vida de las masas, a su estado de espíritu y a sus anhelos. La autoridad de los dirigentes de nuestras organizaciones del Partido debe basarse, ante todo, en el hecho de que las masas ven en ellos a sus dirigentes, se convenzan por su propia experiencia de su capacidad de dirigentes, de su decisión y abnegación en la lucha.
Tercero: saber orientarse por sí mismos, en las situaciones y no tener miedo a la responsabilidad por sus decisiones. No es dirigente quien teme asumir una responsabilidad. No es bolchevique quien no sabe demostrar iniciativa, quien dice: "Yo me limito a hacer lo que me mandan". Sólo es un verdadero dirigente bolchevique aquel que no pierde la cabeza a la hora de la derrota, ni se ensoberbece en el momento del triunfo y demuestra una firmeza inconmovible en la aplicación de las decisiones adoptadas. Los cuadros se desarrollan y crecen cuando se les plantea la necesidad de resolver por su propia cuenta los problemas concretos de la lucha y asumen sobre sí la responsabilidad que esto supone.
Cuarto: disciplina y temple bolchevique, lo mismo para luchar contra el enemigo de clase, como para combatir inflexiblemente todas las desviaciones de la línea del bolchevismo.
Debemos, camaradas, subrayar aún con mayor energía la necesidad de estas condiciones para una acertada selección de los cuadros, porque, en la práctica, se da, con harta frecuencia, el caso de preferir a un camarada que sabe, por ejemplo, escribir con soltura o hablar muy bien, pero que no es hombre de acción y que no sirve para la lucha, a otro, que tal vez no escriba, ni discursee tan bien, pero que es, en cambio, un hombre firme, de iniciativa, compenetrado con las masas, capaz de luchar y de conducirlas a la lucha. (Aplausos) ¿Son pocos los casos en que un sectario, un doctrinario, un razonador huero, desplaza a un hombre abnegado, que conoce bien la labor entre las masas, a un auténtico dirigente obrero?
Nuestros cuadros dirigentes deben asociar el conocimiento, de lo que hay que hacer, a la consecuencia bolchevique y a la fuerza revolucionaria de carácter y voluntad para llevarlo a la práctica.
A propósito del problema de los cuadros, permitidme, camaradas, detenerme también en el formidable papel que está llamado a desempeñar el Socorro Rojo Internacional en relación con los cuadros del movimiento obrero. La ayuda material y moral, que las organizaciones del S. R. I. prestan a los presos y a sus familias, a los emigrados políticos y a los revolucionarios y antifascistas perseguidos, ha salvado la vida y ha conservado las fuerzas y la capacidad combativa de miles y miles de valiosísimos luchadores de la clase obrera, en diversos países. Los que hemos estado en la cárcel, conocemos por experiencia propia la grandiosa importancia de la actividad del S. R. I. (Aplausos).
El S. R. I. ha sabido conquistarse con su actuación el amor, la simpatía y la profunda gratitud de cientos de miles de proletarios, de campesinos e intelectuales revolucionarios.
Bajo las actuales condiciones, bajo las condiciones de la reacción burguesa creciente, de los furiosos ataques del fascismo, de la agudización de la lucha de clases, el papel del S. R. I. crece extraordinariamente. Ante el S. R. I. se plantea, ahora, la tarea de convertirse en una auténtica organización de masas de los trabajadores, en todos los países capitalistas (y, particularmente, en los países fascistas, adaptándose a las condiciones especiales de éstos). Debe llegar a ser, por decirlo así, la "Cruz Roja" del frente único proletario y del frente popular antifascista, abarcando a millones de trabajadores, la "Cruz Roja" del ejército de las clases trabajadoras, que luchan contra el fascismo, por la paz y por el socialismo. Para poder desempeñar con éxito este papel, el S. R. I. debe contar con miles de activistas propios, numerosos cuadros, cuadros del S. R. I., que respondan por su carácter y por su capacidad a la misión especial que le está reservada a esta organización tan importante.
Y aquí, tenemos que decir del modo más enérgico y categórico: si el burocratismo, la actitud seca y egoísta ante los hombres, es siempre abominable, en el movimiento obrero, en las actividades del S. R. I., es un mal que raya en el crimen (Aplausos). Los luchadores de la clase obrera, las víctimas de la reacción y del fascismo, los que sufren en los calabozos v en los campos de concentración, los emigrados políticos y sus familias, deben encontrar en las organizaciones y en los funcionarios del S. R. I. la acogida más atenta y más afectuosa. (Aplausos prolongados).
El S. R. I. debe comprender y cumplir todavía mejor su deber en punto a la ayuda que hay que prestar a los luchadores del movimiento proletario y antifascista y, en particular, en lo que se refiere a la conservación física y moral de los cuadros del movimiento obrero. Y los comunistas y obreros revolucionarios que militan en las organizaciones del S. R. I. deben sentir en cada uno de sus pasos su enorme responsabilidad ante la clase obrera y ante la Internacional Comunista, que confía en ellos para el cumplimiento eficaz de la misión y de las tareas del S. R. I. (Aplausos).
Camaradas: como es sabido, la mejor educación de los cuadros es la que se adquiere en el transcurso de la lucha misma, venciendo las dificultades y las pruebas, pero también sobre los ejemplos positivos y negativos. Tenemos cientos de ejemplos de un comportamiento modelo en tiempos de huelga, en manifestaciones, en las cárceles, en los procesos. Tenemos miles de héroes, pero, por desgracia, también registramos no pocos casos de pusilanimidad, de inestabilidad y hasta de deserción. Y muchos olvidan, frecuentemente, unos ejemplos y otros, no aprovechan su fuerza educadora, no dicen qué es lo que hay que imitar y qué es lo que hay que rechazar.
Hay que estudiar la conducta de los camaradas y de los militantes obreros, en las cárceles y en los campos de concentración, ante los tribunales, etc. De esto, hay que sacar lo positivo, hay que señalar los ejemplos dignos de ser imitados y rechazar lo podrido, lo no bolchevique, lo filisteo. Después del proceso de Leipzig, tenemos una serie de actuaciones de nuestros camaradas ante los tribunales burgueses fascistas, que demuestran que en nuestro campo crecen numerosos cuadros que comprenden perfectamente lo que significa comportarse como bolchevique ante los tribunales.
Pero, ¿cuántos hay entre vosotros -delegados al Congreso- que conocen en detalle el proceso de los ferroviarios de Rumania, el proceso de Fiede Schulze, decapitado por los fascistas en Alemania, el proceso del valiente camarada Itzikava en el Japón, el proceso de los soldados revolucionarios búlgaros y tantos otros, en los que se mostraron ejemplos dignísimos de heroísmo proletario? (Todos en pie aplauden con ímpetu).
Hay que popularizar estos ejemplos dignísimos de heroísmo proletario, poniéndolos de manifiesto para contrarrestar la pusilanimidad, el filisteísmo y todo lo que sea podredumbre y debilidad dentro de nuestras filas y en las filas de la clase obrera. Hay que utilizar ampliamente estos ejemplos, para educar a los cuadros del movimiento obrero.
Camaradas: Los dirigentes de nuestros partidos se quejan frecuentemente de que no hay gente, de que escasean las personas para la labor de agitación y propaganda, de que escasea la gente para los periódicos, de que escasea la gente para los sindicatos, de que escasea la gente para trabajar entre los jóvenes, entre las mujeres. Escasea, escasea la gente. A esto quisiéramos contestar con las viejas y siempre nuevas palabras de Lenin:
"No hay hombres, y los hay en masa. Hay hombres en masa, ya que tanto de la clase obrera, como de las capas cada vez más diversas de la sociedad salen cada año más personas descontentas, deseosas de protestar. Y al mismo tiempo, no hay hombres porque... faltan talentos organizadores, capaces de organizar esa labor tan amplia y, al mismo tiempo, única y armoniosa, que, daría empleo a todas las fuerzas, por insignificantes que ellas fuesen."
Es menester, que estas palabras de Lenin se asimilen profundamente y que se apliquen por nuestros partidos como norma directiva cotidiana. Hombres hay muchos; hay que saber descubrirlos dentro de nuestras propias organizaciones, en tiempos de huelgas y manifestaciones, en las diversas organizaciones obreras de masas, en los órganos de frente único; hay que ayudarles a formarse en el proceso del trabajo y de la lucha, hay que colocarles en una situación que les permita aportar realmente una contribución a la causa obrera.
Camaradas: los comunistas somos hombres de acción. Ante nosotros, se plantea la tarea de la lucha práctica contra la ofensiva del capital, contra el fascismo y la amenaza de la guerra imperialista, la lucha por el derrocamiento del capitalismo. Y, precisamente, esta tarea práctica plantea a los cuadros comunistas la exigencia de pertrecharse obligatoriamente con la teoría revolucionaria, pues la teoría da a los militantes prácticos el poder de la orientación, claridad de perspectiva, seguridad en el trabajo y fe en el triunfo de nuestra causa.
Pero, la auténtica teoría revolucionaria es irreconciliable enemiga de todo teoricismo castrado, de todo lo que sea jugar estérilmente con definiciones abstractas. "Nuestra teoría no es un dogma, sino un guía para la acción", dijo más de una vez Lenin. Esa es la teoría que necesitan nuestros cuadros como el pan de cada día, como el aire, como el agua.
El que verdaderamente quiera desterrar de nuestra labor el esquematismo muerto, el funesto escolasticismo, debe extirparlos con las masas y a la cabeza de las masas y trabajar infatigablemente por asimilar la poderosa, fecunda, omnipotente teoría bolchevique, la doctrina de Marx, Engels, Lenin. (Aplausos).
En relación con esto, considero particularmente necesario, fijar vuestra atención en la labor de nuestras escuelas del Partido. No son empollones, razonadores, ni maestros en citas los que tienen que preparar nuestras escuelas. ¡No! De entre sus muros han de salir luchadores prácticos de primera fila por la causa de la clase obrera. Luchadores de primera fila no sólo por su audacia, por su abnegación, sino también porque sepan ver más lejos, porque conozcan mejor que el obrero de filas el camino que conduce a la emancipación de los trabajadores. Todas las Secciones de la Internacional Comunista deben, sin echar el asunto en saco roto, ocuparse de organizar seriamente escuelas del Partido, haciendo de ellas las forjas de donde han de salir cuadros de luchadores.
La misión fundamental de nuestras escuelas del Partido reside, a mi juicio, en enseñar a los miembros del Partido y de la Juventud Comunista, que estudian en ellas, la aplicación del método marxista-leninista a la situación concreta de cada país, a las condiciones dadas, a luchar, no contra el enemigo "en general", sino contra el enemigo concreto, dado. Para esto, hay que aprender no la letra del leninismo, sino su espíritu vivo, revolucionario.
De dos modos, se pueden preparar los cuadros en nuestras escuelas del Partido.
Primero: preparar a los hombres de un modo abstracto-teórico, esforzándose por darles la mayor cantidad posible de conocimientos, instruyéndolos en el arte de redactar literariamente tesis y resoluciones y tocando solamente de pasada los problemas del país en cuestión, su movimiento obrero, la historia, las tradiciones y la experiencia del Partido Comunista de que se trate. ¡Solamente de pasada!
Segundo: el aprendizaje teórico, en el que la asimilación de los principios fundamentales del marxismo-leninismo se basa en el estudio práctico por los alumnos de los problemas cardinales de la lucha del proletariado en su propio país, para que, al incorporarse de nuevo a la labor práctica, sepan orientarse por sí mismos, puedan convertirse en organizadores y dirigentes prácticos, que marchen por su cuenta Y sean capaces de conducir a las masas a la batalla contra el enemigo de clase.
No todos los que pasaron por nuestras escuelas del Partido se han revelado aptos. Muchas frases, abstracciones, formación libresca, erudición artificial. Y lo que nosotros necesitamos son organizadores y dirigentes verdaderos de masas, auténticamente bolcheviques. Los necesitamos apremiantemente, para el día de hoy. Aunque un alumno no esté en condiciones de escribir buenas tesis, pese a que esto nos es muy necesario, lo importante es que sepa organizar y dirigir, no asustándose de las dificultades y sabiendo vencerlas.
La teoría revolucionaria es la experiencia condensada, generalizada del movimiento revolucionario; los comunistas deben utilizar cuidadosamente en sus países no sólo la experiencia de las luchas pasadas, sino también, la de las luchas actuales de otros destacamentos del movimiento obrero internacional. Pero, utilizar acertadamente esta experiencia, no significa, en modo alguno, transplantar mecánicamente, en forma acabada, las formas y los métodos de lucha de unas condiciones a otras, de un país a otro, como se hace con harta frecuencia en nuestros Partidos. La imitación escueta, el limitarse a copiar los métodos y las formas de trabajo, aunque sean los del mismo Partido Comunista de la Unión Soviética, en países donde todavía impera el capitalismo, puede, con las mejores intenciones del mundo, dañar más que favorecer, como ha ocurrido en realidad no pocas veces. Precisamente, la experiencia de los bolcheviques rusos debe enseñarnos a aplicar de un modo vivo y concreto la línea internacional única de la lucha contra el capital a las particularidades de cada país, extirpando implacablemente, poniendo en la picota, entregando a las burlas de todo el pueblo las frases, los patrones, la pedantería y el doctrinarismo.
Hay que estudiar, camaradas, estudiar constantemente, a cada paso, en el proceso de la lucha, en libertad y en la cárcel. ¡Estudiar y luchar, luchar y estudiar! (Aplausos).
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(*) Jorge Dimitrov: POR LA UNIDAD DE LA CLASE OBRERA CONTRA EL FASCISMO, discurso de resumen ante el VII° Congreso de la Internacional Comunista, pronunciado el 13 de agosto de 1935
Fuente: Prensa Popular Comunistas Miranda
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Correo: pcvmirandasrp@gmail.com
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