El Hambre:: Carta a los obreros de Petrogrado
22 de mayo de 1918
Por Vladimir Ilich Lenin
Camaradas: Hace unos días me visitó un delegado vuestro, miembro del partido y obrero de la fábrica Putílov. Este camarada me describió con lujo de pormenores el cuadro, en extremo penoso, del hambre que se pasa en Petrogrado. Todos sabemos que, en numerosas provincias industriales, el problema del abastecimiento presenta la misma gravedad; el hambre llama con no menos dolor a las puertas de los obreros y de los pobres en general.Y al mismo tiempo observamos el desenfreno de la especulación con el pan y otros artículos alimenticios.
El hambre no se debe a que falte grano en Rusia, sino a que la burguesía y todos los ricos despliegan la lucha final, la lucha decisiva, contra el dominio de los trabajadores, contra el Estado de los obreros, contra el Poder soviético, en el problema más importante y grave: el del trigo. La burguesía y todos los ricos, incluidos los ricachos del campo, los kulaks, hacen fracasar el monopolio del trigo y la distribución de cereales por el Estado, implantada en beneficio y provecho del abastecimiento de toda la población, en primer término de los obreros, de los trabajadores, de los necesitados.
La burguesía sabotea los precios de tasa, especula con los cereales, se gana cien o doscientos rublos, e incluso más, en cada pud, destruye el monopolio del trigo e impide la justa distribución, recurriendo a la corrupción y al soborno, al apoyo premeditado de cuanto pueda hundir el poder de los obreros, que pugna por llevar a la práctica el primer principio del socialismo, su principio básico y fundamental: "El que no trabaja, no come".
“El que no trabaja, no come": esto lo comprende cualquier trabajador. Con ello están de acuerdo todos los obreros, todos los campesinos pobres e incluso los campesinos medios, todo el que haya conocido las necesidades, todo el que haya vivido alguna vez de su trabajo. Las nueve décimas partes de la población de Rusia están de acuerdo con esta verdad sencilla, la más sencilla y evidente, que constituye la base del socialismo, el manantial inagotable de su fuerza, ¡a firme garantía de su victoria definitiva.
Mas lo esencial consiste, precisamente, en que una cosa es expresar la conformidad con esta verdad, jurar que se la comparte y reconocerla de palabra, y otra saber aplicarla en la práctica. Cuando centenares de miles y millones de seres padecen el suplicio del hambre (en Petrogrado, en las provincias no agrícolas y en Moscú) en un país donde los ricos, los kulaks y los especuladores ocultan millones y millones de puds de cereales, en un país que se denomina República Socialista Soviética, hay motivos para que cada obrero y campesino consciente reflexione del modo más serio y profundo.“El que no trabaja, no come": ¿cómo llevar esto a la práctica?
Es claro como la luz del día que para ello se precisa:
primero, el monopolio estatal del trigo, es decir, la prohibición absoluta de todo comercio privado de cereales, la entrega obligatoria al Estado de todos los excedentes de cereales a precios de tasa, la prohibición absoluta a quienquiera que sea de retener y ocultar los excedentes;
segundo, un recuento minucioso de todos los excedentes de cereales y su envío, irreprochablemente organizado, de los lugares donde abundan a los puntos donde escasean, acopiándose al mismo tiempo reservas para el consumo y la siembra;
tercero, una distribución acertada y equitativa de los cereales entre todos los ciudadanos del país, bajo el control del Estado obrero, del Estado proletario, sin privilegios ni ventajas de ningún género para los ricos.
Basta reflexionar, por poco que sea, en estas condiciones de la victoria sobre el hambre para comprender la profundísima estupidez de los despreciables charlatanes anarquistas, que niegan la necesidad del poder estatal (implacablemente severo con la burguesía, implacablemente riguroso con los desorganizadores del mismo) para pasar del capitalismo al comunismo, para emancipar a los trabajadores de todo yugo y de toda explotación.
Precisamente ahora, cuando nuestra revolución ha empezado a acometer de lleno, de manera concreta y práctica (y en esto consiste su inmenso mérito) las tareas de la realización del socialismo, precisamente ahora—y, por cierto, en el problema más importante, el de los cereales—se ve con perfecta claridad la necesidad de un férreo poder revolucionario, de la dictadura del proletariado, de la organización del acopio de productos, de su transporte y su distribución en masa, a escala nacional, teniendo en cuenta las necesidades de decenas y centenares de millones de seres, teniendo en cuenta las condiciones y los resultados de la producción no sólo con uno, sino con muchos años de antelación (pues se dan años de malas cosechas, a veces se necesitan trabajos de mejoramiento del terreno para que aumente la cosecha de cereales, lo que requiere una labor de muchos años, etc.).
Románov y Kerenski dejaron en herencia a la clase obrera un país arruinado hasta el extremo por su guerra de rapiña, criminal y durísima, un país desvalijado totalmente por los imperialistas rusos y extranjeros. Sólo habrá cereales para todos si se registra del modo más riguroso cada pud, si se procede con la más absoluta equidad en la distribución de cada libra de pan. El pan para las máquinas, es decir, el combustible, escasea también mucho: si no ponemos en tensión todas las fuerzas para conseguir una economía inflexiblemente rigurosa en su consumo, una acertada distribución, se paralizarán los ferrocarriles y las fábricas, y el paro forzoso y el hambre harán sucumbir a todo el pueblo.
La catástrofe nos amenaza, está materialmente a un paso de nosotros. Tras las inusitadas dificultades de mayo vienen otras más penosas aún en junio, julio y agosto.El monopolio estatal del trigo existe en nuestro país, en virtud de una ley; pero, de hecho, es violado a cada paso por la burguesía. El ricachón de la aldea, el kulak, ese parásito que durante decenios ha venido saqueando a toda la comarca, prefiere lucrarse con la especulación y con la destilación clandestina de alcohol—¡tan beneficiosas para su bolsillo!—y echar la culpa del hambre al Poder soviético.
Exactamente igual proceden los defensores políticos de los kulaks—los democonstitucionalistas, los eseristas de derecha y los mencheviques—que “trabajan” descarada y solapadamente contra el monopolio del trigo y contra el Poder soviético. El partido de los vacilantes, es decir, de los eseristas de izquierda, ha demostrado también en este caso su falta de carácter: cede a los gritos y lamentos interesados de la burguesía, clama contra el monopolio del trigo,“protesta” contra la dictadura en el abastecimiento, se deja intimidar por la burguesía, teme la lucha contra el kulak y se revuelve histéricamente, aconsejando elevar los precios de tasa, autorizar el comercio privado y otras cosas por el estilo.
Este partido de los vacilantes refleja en política algo parecido a lo que sucede en la vida diaria, cuando el kulak solivianta a los campesinos pobres contra los Soviets, los soborna, vende, por ejemplo, a algún campesino pobre un pud de grano por tres rublos y no por seis para que este campesino pobre corrompido se “aproveche” a su vez de la especulación, se “beneficie” con la venta especulativa de ese pud de trigo en ciento cincuenta rublos y se convierta en un voceras contra los Soviets, que prohiben el comercio privado de los cereales.
Todo el que sea capaz de pensar, todo el que desee pensar, por poco que sea, verá con claridad en qué dirección se desarrolla la lucha: O vencen los obreros conscientes, avanzados, agrupando a su alrededor a las masas de campesinos pobres y estableciendo un orden férreo, un poder de implacable severidad, la verdadera dictadura del proletariado, y obligan al kulak a someterse, implantando una distribución acertada de los cereales y del combustible a escala nacional; o la burguesía, ayudada por los kulaks y con el apoyo indirecto de los vacilantes y los desorientados (anarquistas y eseristas de izquierda), derribará el Poder soviético y entronizará a un Kornílov ruso-alemán o a un Kornílov ruso-japones que traerá al pueblo la jornada de 16 horas, el medio cuarterón de pan a la semana, fusilamientos de obreros en masa y torturas en las mazmorras, como en Finlandia y en Ucrania.Una cosa u otra.No hay términos medios.
La situación del país ha llegado al extremo.Quien reflexione sobre la vida política no podrá menos de ver que los democonstitucionalistas, los eseristas de derecha y los mencheviques tratan de ponerse de acuerdo en si es más “grato” un Kornílov ruso-alemán o un Kornílov ruso-japones, si aplastará mejor y con mayor energía la revolución un Kornílov coronado o un Kornílov republicano.Es ya hora de que se pongan de acuerdo todos los obreros conscientes, avanzados. Es ya hora de que despierten y comprendan que cada minuto de dilación es una amenaza de que perezcan el país y la revolución.Con medias tintas no se arregla nada.
Las lamentaciones no conducirán a nada. Los intentos de conseguir pan o combustible "al por menor”, para "uno mismo”, es decir, para “su” fábrica, para “su” empresa, no hacen más que aumentar la desorganización, facilitar a los especuladores su obra egoísta, inmunda y tenebrosa.He ahí por qué, camaradas obreros de Petrogrado, me permito dirigiros esta carta. Petrogrado no es toda Rusia. Los obreros de Petrogrado son una pequeña parte de los de Rusia. Pero son uno de sus destacamentos mejores, más avanzados, más conscientes, más revolucionarios, más firmes; son uno de los destacamentos de la clase obrera y de todos los trabajadores de Rusia que menos se dejan llevar por las frases vacías, por la desesperación pusilánime, que menos se dejan intimidar por la burguesía.
Y en los instantes críticos de la vida de los pueblos ha sucedido más de una vez que los destacamentos de vanguardia de las clases avanzadas, aun siendo poco numerosos, supieron llevar en pos de sí a todos, prendieron el fuego del entusiasmo revolucionario en el corazón de las masas y realizaron las más grandiosas hazañas históricas.Contábamos con cuarenta mil obreros en la fábrica Putílov, me decía el delegado de los obreros de Petrogrado; pero la mayoría eran “temporeros”, no proletarios, gente insegura, floja. Hoy quedan quince mil; pero son proletarios templados y probados en la lucha.
Y es esta vanguardia de la revolución (en Petrogrado y en todo el país) la que debe lanzar el grito de guerra, alzarse en masa, comprender que la salvación del país está en sus manos, que se exige de ella un heroísmo no menor que el de enero y octubre de 1905, el de febrero y octubre de 1917, que es preciso organizar la gran “cruzada” contra los especuladores de cereales, los kulaks, los parásitos, los desorganizadores y los concusionarios, la gran " cruzada" contra los violadores del rígido orden impuesto por el Estado en la obra de acopiar, transportar y distribuir el pan para la población y el pan para las máquinas.
Sólo el entusiasmo masivo de los obreros avanzados puede salvar el país y la revolución. Hacen falta decenas de millares de proletarios avanzados, templados, lo suficiente conscientes para explicar la situación a los millones de campesinos pobres en todos los confines del país y ponerse a la cabeza de esas masas; lo suficiente firmes para apartar y fusilar sin contemplaciones a todo el que se "deje seducir" (como sucede a veces) por la especulación y se convierta de combatiente de la causa del pueblo en saqueador; lo suficiente seguros y fieles a la revolución para soportar de una manera organizada todo el peso de la cruzada en los distintos confines del país con objeto de poner orden, reforzar los órganos locales del Poder soviético y controlar por doquier cada pud de trigo, cada pud de combustible.
Esto es más difícil que portarse con heroísmo unos cuantos días, sin abandonar el lugar de residencia, sin participar en la cruzada, limitándose a una insurrección relámpago contra el monstruo e idiota de Románov o el tontaina y vanidoso de Kerenski. El heroísmo del trabajo de organización, prolongado y tenaz, a escala nacional es inconmensurablemente más difícil que el de las insurrecciones; pero es, en cambio, inconmensurablemente más elevado. Sin embargo, la fuerza de los partidos obreros y de la clase obrera ha consistido siempre en que miran el peligro cara a cara, audaz, directa y francamente, sin temor a reconocerlo, en que sopesan con serenidad las fuerzas existentes en “su” campo y en el campo “ajeno”, el campo de los explotadores.
La revolución avanza, se despliega y amplía. Son mayores también nuestras tareas. Aumentan la extensión y la profundidad de la lucha. El umbral verdadero y principal del socialismo consiste en distribuir con acierto los cereales y el combustible, en aumentar su obtención, en establecer un registro y un control rigurosos por parte de los obreros a escala nacional. Esto no es ya una tarea "general de la revolución”, sino una tarea precisamente comunista, la tarea en que los trabajadores y los pobres deben dar la batalla decisiva al capitalismo.Merece la pena entregar todas las fuerzas a esa batalla; cierto que son grandes las dificultades, pero grande es también la causa—por la que luchamos—de poner fin a la opresión y la explotación.
Cuando el pueblo padece hambre, y el paro hace estragos cada vez más terribles, quien oculte un solo pud de grano sobrante, quien prive al Estado de un pud de combustible es un criminal de la peor calaña.En momentos como los actuales—y para la auténtica sociedad comunista eso es cierto siempre—, cada pud de grano y de combustible son verdaderas cosas sagradas, muy superiores a las que esgrimen los popes para embaucar a los tontos, prometiéndoles el reino de los cielos como recompensa por la esclavitud en la tierra.
Y para despojar esta verdadera cosa sagrada de todo vestigio de “santidad” clerical hay que apoderarse de ella en la práctica, lograr de hecho su acertada distribución, recoger absolutamente todos los sobrantes de cereales, sin excepción, para reservas del Estado, limpiar todo el país de los sobrantes de cereales escondidos o no recogidos, hay que poner las fuerzas en máxima tensión, con mano firme de obrero, para aumentar la obtención de combustible y lograr la más estricta economía del mismo, el más estricto orden en su transporte y consumo.
Necesitamos una “cruzada” en masa de los obreros avanzados a cada lugar donde se producen cereales y combustibles, a cada punto importante de destino y distribución de los mismos, para intensificar la energía en el trabajo, para decuplicarla y ayudar a los órganos locales del Poder soviético en el registro y el control, para acabar a mano armada con la especulación, la concusión y el desorden. Esta tarea no es nueva. Hablando con propiedad, la historia no plantea tareas nuevas; lo único que hace es aumentar las proporciones y la amplitud de las viejas tareas a medida que se amplía la revolución, aumentan sus dificultades y se agiganta la grandeza de sus tareas de trascendencia histórica universal.
Una de las obras más ingentes e imperecederas de la Revolución de Octubre—de la revolución soviética—estriba en que el obrero avanzado, como dirigente de los campesinos pobres, como jefe de las masas trabajadoras del campo, como edificador del Estado del trabajo, "ha ido hacia el pueblo”. Petrogrado ha enviado al campo a millares y millares de sus mejores obreros; lo mismo han hecho otros centros proletarios. Los destacamentos de combatientes contra los Kaledin y los Dútov o los destacamentos de abastecimiento no son una novedad.
La tarea consiste únicamente en que la proximidad de la catástrofe y la gravedad de la situación obligan a hacer diez veces más que antes.El obrero, al convertirse en jefe avanzado de las masas pobres, no se ha vuelto un santo. Conducía al pueblo hacia adelante, pero al mismo tiempo se contaminaba de las enfermedades inherentes a la descomposición pequeñoburguesa. Cuanto menor era el número de destacamentos integrados por los obreros mejor organizados, más conscientes, disciplinados y firmes, con tanta mayor frecuencia se corrompían, tanto más menudeaban los casos en que la sicología del pequeño propietario del pasado triunfaba sobre la conciencia proletaria, comunista, del futuro.
Al iniciar la revolución comunista, la clase obrera no puede despojarse de golpe y porrazo de las debilidades y los vicios que ha dejado en herencia la sociedad de los terratenientes y capitalistas, la sociedad de los explotadores y parásitos, la sociedad basada en el sórdido interés y en el lucro personal de unos pocos a costa de la miseria de los muchos. Pero la clase obrera puede vencer—y, en fin de cuentas, vencerá segura e indefectiblemente—al viejo mundo, sus vicios y debilidades, si contra el enemigo se lanzan nuevos y nuevos destacamentos obreros, cada vez más numerosos y avezados, cada día más templados en las dificultades de la lucha.
Esa, precisamente ésa, es la situación existente hoy en Rusia. Por separado, con acciones desperdigadas, no es posible vencer ni el hambre ni el paro forzoso. Necesitamos una “cruzada” en masa de los obreros avanzados a todos los confines del inmenso país. Hacen falta diez veces más destacamentos de hierro del proletariado consciente y de una fidelidad sin reservas al comunismo.
Entonces venceremos el hambre y el paro forzoso. Entonces llevaremos la revolución hasta el verdadero umbral del socialismo. Entonces podremos también hacer una guerra defensiva victoriosa contra los rapaces imperialistas.
22 de mayo de 1918.
N. Lenin
Publicado el 24 de mayo de 1918 en 101 de “Pravda”.T. 36, págs. 357–364.
domingo, 1 de marzo de 2009
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